La Cultura del usar y tirar... ¿Un modelo sostenible?
El Estado español es el quinto estado de la Unión Europea (UE) con más consumo anual de envases desechables. Concretamente, se consumen 3.800 millones de botellas de plástico, 1.500 vasos de café o 5.090 pajitas de plástico al año, según datos de la plataforma Seas at Risk.
El consumo de envases y utensilios desechables es una de las causas de la generación de tantos residuos plásticos y de su difícil gestión. La cultura del “consumir y tirar”, es totalmente contraria a la lógica ecológica desde varios ámbitos: generación de residuos de plástico innecesarios, facilidad de vertidos directos en el medio, incrementos de costes en la gestión de limpieza y tratamiento, aumento del impacto ambiental y costes del reciclaje o incineración, aumento de la huella de carbono... en definitiva una lógica que omite que los recursos son finitos y que el planeta necesita urgentemente un cambio de paradigma si no queremos vivir en un vertedero global.
Impacto de los envases desechables
Se calcula que sólo en Europa 100.000 toneladas de plástico llegan al mar, procedentes de las costas. Botellas de bebidas, tapones, envases o embalajes de alimentos y pajitas de plástico son parte de la contaminación marina más habitual, la de los plásticos, que representa el 40% de la suciedad marina. Son estimaciones del último estudio de la plataforma europea Seas at Risk.
El estado español sólo recicla el 33,3% de los residuos que genera, frente al 45% que representa la media de los países de la UE. Esto quiere decir, que gran parte de los residuos acaban en incineradoras o directamente abocados en el medio.
La contaminación que los plásticos generan es muy diversa. Una de ellas y que va cogiendo mucho peso, son los microplásticos. La particularidad de los microplásticos es que no se ven fácilmente y tampoco los consideramos residuos. Están en muchos productos: pasta de dientes, cremas exfoliantes o plásticos más grandes que por el desgaste en el medio se han quedado reducidos en partículas muy pequeñas. Se encuentran en la mayoría de medios acuíferos y se introducen a la cadena trófica porque se confunden con alimento dentro del ecosistema marino. Por eso muchas especies marinas ingieren microplásticos. Según datos de la asociación Vancouver Aquarium, se llegaron a encontrar 9.200 partículas por metro cúbico en la bahía de Vancouver y, afirman, que fácilmente podemos llegar a encontrar 4.000 partículas en un metro cúbico a cualquier río o mar cercano de centros urbano.
La mayoría de microplásticos no son retenidos por los filtros de capturas de agua y vuelven a nuestros hogares por los grifos, completando así un ciclo que empieza en nuestros desagües.
Otro problema en relación a los residuos plásticos en el medio es la afectación a la fauna y flora, puesto que muchas especies mueren debido a que se quedan atrapadas o cubiertas por los residuos. Además, el difícil reciclaje de plásticos comporta que mucha parte de ellos vayan a parar a incineradoras contribuyendo a la emisión de gases nocivos como los causantes del efecto invernadero.
La cultura del usar y tirar
Hace sólo 30 años, no se consumía ni la mitad de plásticos que se consumen actualmente. La cultura del “consumir y tirar” ha ido ganando terreno al hábito arraigado de la reutilización. ¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Posiblemente son diversos los factores que han implementado esta cultura, teniendo un gran peso el avance de un sistema productivo y consumista neoliberal a escala global.
La actual sociedad de consumo se caracteriza por la rapidez y la flexibilidad. Ritmos frenéticos y múltiples estímulos, que propician el consumo de productos “rápidos” y que nos aportan “facilidades” sin mirar más allá de nuestra necesidad inmediata. Sin contemplar, por lo tanto, qué repercusiones socio-ambientales genera este modelo de consumo. Este hecho es el que nos lleva a consumir productos desechables y de sustitución, haciendo que la vida útil de estos productos sea ínfima. Así pues, muchos envases son consumidos y tirados en pocos minutos: platos, vasos, bolsas, cubiertos, botellas, latas, etc.
Pero la cultura del “usar y tirar” tiene una perspectiva multidimensional que va más allá del consumo. Es una cultura que transforma las estructuras sociales en varios ámbitos: en el ámbito productivo, en las relaciones sociales, en los medios de comunicación, en las tendencias culturales, etc. Desde este prisma, la cultura desechable sustenta un modelo social que genera relaciones productivas, y también reproductivas, “low cost” con manifestaciones claras de desigualdad y exclusión social. Así expresa como se caracteriza la actual sociedad de consumo la profesora y socióloga Ana Martínez Barreiro en el artículo “La Cultura del usar y echar ¿Un problema de investigación?” : “Tampoco podemos obviar las tendencias sobre las que en la actualidad se asientan las sociedades de consumo maduro: Un sistema productivo como una capacidad de crear y fabricar de forma case ilimitada y a uno cuesto moderado, cuyo fin ‘no es solamente el de satisfacer las demandas, sino producirlas para reproducirse’; la utilización de afinadas técnicas de abanica y promoción para crear un sentimiento de necesidad en el consumidor y conseguir persuadirle hacia la compra; la eficacia de la moda y la publicidad a la hora de promover conductas de consumo derrochadoras y dotar a los bienes de un valor simbólico que generalmente se pierde cono el tiempo y, en todo caso, mucho antes de que se pierda su utilidad funcional; la difusión de un gran número de espacios comerciales o catedrales del consumo, tanto físicos como virtuales, donde ejercer la religión consumista; el fetichismo de las marcas, cuyo valor está muchas veces por encima del propio objeto al que representan y que, incluso, generan estilos de vida propios al reunir a sus leales consumidoras vuelvo a las denominadas ‘comunidades de marca’.”
Hace falta un cambio...
Hace tiempo que varias asociaciones y colectivos ecologistas enfatizan en la regla ecológica de las 3R (Reducir, Reutilizar y Reciclar) para poder paliar el problema global de los residuos. De hecho, se han ido ampliando las erres para poder implementar procesos de mejora y hacer más sostenibles los modelos de gestión.
Actualmente, la economía circular supone, en cierta medida, una aplicabilidad de esta lógica ecológica. Pero para hacer este cambio hace falta que varios agentes se comprometan a tirar adelante medidas y planes de actuación. En este sentido, varios organismos institucionales han propulsado algunas medidas para poder frenar el aumento de los residuos plásticos. La Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo 2015/0276 relativa a los envases y residuos de envases dice que por el año 2025, los estados miembros tendrán que cumplir con el reciclaje del 50% del plástico y por el 2030 lograr el 70%. Además, los estados miembros tendrán que adoptar medidas necesarias para asegurar sistemas de reutilización de envases. Por otro lado, la Comisión de Medio ambiente del Congreso ha acordado iniciar modificaciones legislativas para prohibir, a partir del 1 de enero de 2020, la comercialización, importación y exportación de utensilios de plástico desechable como son los platos, los vasos, los cubiertos y las pajitas. Sólo se autorizarán aquellos envases que sean biodegradables.
Por otro lado, como alertan varias entidades como Ecologistas en Acción, hace falta también unos equipamientos y unas infraestructuras que puedan hacer factible esta economía circular. En este sentido, habrá que hacer una inversión para hacer pasos importantes como poner en marcha el Sistema de Retorno de Envases, gracias al cual, en algunos países se ha conseguido tasas de recuperación de hasta el 90%.
Y en el ámbito doméstico, también podemos promover la reutilización alargando la vida útil de los productos reutilizando envases, optando por los circuitos de segunda mano y de intercambio o reduciendo el consumo de productos con envases innecesarios. Por lo tanto, más allá de las normativas y de la implantación de sistemas, el cambio real vendrá cuando haya una verdadera conciencia ecológica que dé prioridad a la reducción y a la reutilización, más allá de la inmediatez, la flexibilidad y la facilidad que publicita la cultura del “un solo uso”.